La marcha en respaldo a Cristina Kirchner reavivó la grieta en la central obrera. Dirigentes como Abel Furlán (UOM) cuestionaron la pasividad de la cúpula actual, mientras gremios comienzan a organizarse para romper la hegemonía de “Los Gordos” y reformar el esquema de representación. Se anticipa un escenario de fractura de cara a la renovación de autoridades.
La Confederación General del Trabajo (CGT) atraviesa una de sus crisis internas más marcadas desde la reunificación de 2016. La masiva movilización del 19 de junio en repudio a la “proscripción” de Cristina Fernández de Kirchner no solo dejó un mensaje político hacia el Gobierno nacional, sino que también desató un fuerte temblor en el interior de la central obrera.

Mientras decenas de sindicatos marchaban junto a movimientos sociales, jubilados, estudiantes y pymes, la conducción formal de la CGT —encabezada por el triunvirato compuesto por Héctor Daer (Sanidad), Carlos Acuña (SOESGyPE) y Pablo Moyano (Camioneros)— optó por evitar el protagonismo. La decisión de no participar oficialmente, ni emitir una postura contundente, fue leída como un gesto de distanciamiento frente al reclamo popular y dejó al descubierto la falta de cohesión interna.
El más duro fue el secretario general de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM), Abel Furlán, quien ese mismo día lanzó un llamado público a discutir “con urgencia” un plan de lucha sostenido y escalonado contra el ajuste económico, la represión y la persecución política. “La CGT no puede permanecer inmóvil. El pueblo trabajador está atravesando una emergencia social, con caída del salario real, desempleo y cierre de industrias”, expresó Furlán, sin respuestas desde el interior de Azopardo.
Las críticas no tardaron en llegar. Gremios con fuerte estructura, como UPCN o ATE, golpeados por el ajuste del gobierno de Javier Milei, si bien no emitieron comunicados, sí hicieron sentir su descontento moviendo “sus cuerpos orgánicos” pero sin comprometer a sus conducciones.
El silencio dentro del chat de los principales dirigentes de la CGT tras el pronunciamiento de Furlán fue interpretado como signo de vacío de liderazgo. Tanto Daer como Acuña ya expresaron que no buscarán renovar mandato a fin de año. En paralelo, el sector de Camioneros, históricamente ligado a Hugo y Pablo Moyano, aparece debilitado y sin peso decisivo en esta coyuntura.
La fragmentación creciente abre la puerta a una disputa estructural: ya hay sindicatos —en especial del sector industrial— que comienzan a recorrer gremios en busca de consensos para una nueva conducción de la CGT. Incluso, se debate un cambio de estatuto para modificar el sistema de representación actual —basado en la cantidad de afiliados— por un modelo de “un sindicato, un voto”, lo que redistribuiría el poder interno y debilitaría la hegemonía de los grandes gremios aliados al statu quo.
“No pueden manejar la CGT como Milei maneja el Congreso: con número propio y sin consensos”, lanzó un dirigente con peso regional, que acusó a parte de la cúpula de ser “sindicalistas con peluca”, en referencia a una supuesta adaptación estética y funcional al nuevo oficialismo.
Con la renovación de autoridades prevista para antes de fin de año, y la expectativa de nuevas reformas laborales por parte del Ejecutivo nacional tras las elecciones de octubre, la reestructuración de la CGT aparece como un frente clave para el futuro del movimiento obrero. Si la central no logra recomponer liderazgo y estrategia, el riesgo de una ruptura —como tantas otras veces en la historia sindical argentina— vuelve a estar sobre la mesa.