En un momento en que la Argentina transita por una de sus peores crisis económicas, con familias luchando por llegar a fin de mes y el gobierno pregonando austeridad desde todos los frentes, los senadores nacionales han decidido darse un regalo anticipado de Navidad: un aumento de sueldo que los llevará a percibir 9,5 millones de pesos mensuales.
El aumento, por lo tanto, quedará firme a menos que la vicepresidenta tome una decisión extraordinaria de congelamiento hasta marzo de 2025.
La ironía de la situación es demoledora. Mientras el gobierno de Javier Milei implementa recortes severos en áreas sociales, educativas y de salud, los legisladores se aseguran un incremento salarial que contrasta dramáticamente con el discurso oficial de “ajuste y responsabilidad”.
La denominada Ley de Enganche, un mecanismo que vincula automáticamente los salarios de los legisladores con los empleados del Congreso, funciona como un escudo protector para esta clase política que pareciera vivir en una realidad paralela.
Solo en lo que va del año, los senadores ya han incrementado su dieta de 1,9 millones a 7,87 millones de pesos, y ahora culminan el año con otro salto que los ubica cerca de los 10 millones mensuales.
Lo más llamativo es la reacción casi burocrática de las autoridades. Victoria Villarruel, vicepresidenta de la Nación y presidenta del Senado, lanzó una tímida solicitud de congelamiento de salarios que fue recibida con una indiferencia que roza lo obsceno. Su esperanza de que los senadores “estuvieran a la altura de las circunstancias” quedó reducida a un mero susurro en los pasillos del poder.
La desconexión es tan evidente que resulta casi caricaturesca: mientras miles de argentinos sortean la inflación acumulada y la pobreza con verdaderas malabarismos económicos, un puñado de funcionarios se garantiza aumentos que multiplican varias veces el salario de un trabajador promedio.
El contexto no podría ser más dramático. En medio de un ajuste fiscal que recorta presupuestos en educación, salud e infraestructura, los senadores se blindan con aumentos que parecen burlarse de la realidad nacional. La famosa “casta política” no solo existe, sino que se reproduce y fortalece con una desfachatez que desafía cualquier principio de representación democrática.
La nota más amarga la da el hecho de que el Senado ni siquiera tiene previsto reunirse lo que resta del año.
En un país donde la palabra “ajuste” se ha convertido en la consigna oficial, los senadores parecen tener un diccionario completamente diferente. Para ellos, el ajuste es solo una postal que no los alcanza, un concepto abstracto que flota muy lejos de sus cómodos despachos y abultados ingresos.
La política argentina vuelve a mostrar su peor cara: un sistema donde los privilegiados se protegen mientras el resto de la sociedad lucha por sobrevivir. Un recordatorio brutal de que, más allá de los discursos, los verdaderos cambios parecen ser solo una promesa vacía.

Lousteau: El Equilibrista Político entre el Discurso Público y la Realidad Parlamentaria
Martín Lousteau se ha convertido en el arquero maestro de la política argentina, no del fútbol, sino de un juego mucho más complejo donde las reglas cambian según convenga. Con una habilidad digna de un portero de elite, Lousteau ha demostrado una capacidad única para atajar cualquier crítica mientras simultáneamente juega en ambos campos.
En los medios nacionales, su discurso es impecable. Aparece como el vocero de la austeridad, predicando sobre el esfuerzo social, la necesidad de recortes equitativos y la responsabilidad fiscal con la misma soltura con que un comentarista deportivo analiza una jugada. Sus declaraciones suenan a compromiso, a responsabilidad, a ese mensaje que resuena con un público cansado de privilegios parlamentarios.
Pero detrás de escena, cuando se trata de levantar la mano en el Senado, Lousteau cambia de táctica con una agilidad que recordaría a Emiliano Martínez en la definición de penales. Sus movimientos son calculados, su posicionamiento estratégico. Mientras proclama austeridad en los medios, en el recinto parlamentario no duda en avalar aumentos que contradicen completamente su narrativa pública.
Es como si Lousteau fuera el arquero que, mientras critica los goles del equipo contrario, secretamente colabora para que entren. Su doble discurso se ha convertido en un arte: defender la portería de la responsabilidad fiscal en público, mientras deja pasar silenciosamente los aumentos en privado.
La UCR, con Lousteau como uno de sus referentes más mediáticos, ha perfeccionado esta estrategia de equilibrismo político. Un día critica el gasto público, al otro levanta la mano para un aumento que contradice cualquier principio de austeridad.
La ironía es tan evidente que roza lo grotesco. Mientras miles de argentinos luchan para llegar a fin de mes, Lousteau se mueve entre los micrófonos y el Senado con una desenvoltura que desafía cualquier lógica de representación política.
Su juego es claro: mantener una imagen de político responsable frente a la opinión pública, mientras en las sombras del Congreso continúa perpetuando el sistema de privilegios que dice combatir. Un verdadero maestro del doble discurso, un arquero que defiende los intereses de la “casta” mientras finge ser su mayor crítico.
En el mundial de la política argentina, Lousteau no solo ataja. Parece estar jugando un partido completamente diferente, donde las reglas las escribe él mismo.