
Sin ruptura oficial pero con señales públicas cada vez más evidentes, el peronismo atraviesa una de sus crisis de conducción más profundas desde la vuelta de la democracia. Cristina Fernández de Kirchner y Axel Kicillof, referentes hasta hace poco de un mismo espacio político, hoy despliegan campañas separadas en la provincia de Buenos Aires, en lo que parece ser la antesala de una fractura definitiva. A este cuadro se suma la irrupción de Guillermo Moreno, quien trabaja en la conformación de una tercera vía peronista, en un escenario que evoca los peores momentos de atomización del movimiento.
El conflicto que no se nombra
El verdadero conflicto es menos ideológico que político: quién conduce y cómo se organiza el poder en el peronismo postkirchnerista. La decisión de Kicillof de adelantar las elecciones en la provincia, contrariando a Máximo Kirchner —presidente del PJ bonaerense— y a la propia Cristina, fue leída como un acto de autonomía, casi de desafío. En respuesta, sectores alineados con la expresidenta empapelaron distritos clave del conurbano con la consigna «Cristina 2025», en lo que fue un claro gesto de diferenciación.

En Avellaneda, el intendente Jorge Ferraresi, uno de los hombres más cercanos a Kicillof, llegó incluso a ordenar el retiro de esos carteles. El hecho, simbólico pero contundente, expone la crudeza de la disputa territorial. Lo que antes se resolvía en conversaciones reservadas, ahora se libra en la vía pública y frente a los votantes.
Guillermo Moreno: el peronismo clásico busca su lugar
Mientras tanto, Guillermo Moreno intenta canalizar el malestar de sectores desencantados con ambos polos del oficialismo. Con su estilo frontal y su prédica doctrinaria, trabaja en la construcción de una tercera lista peronista, más ortodoxa, que reivindica al peronismo de Perón y Evita, en contraste con lo que él mismo denomina el “progresismo desvirtuado” de la última década. Sus chances electorales aún son inciertas, pero su aparición es otro síntoma de la dispersión.

Moreno encarna una figura que recuerda a otras experiencias paralelas que el justicialismo vivió en sus momentos de crisis, como las candidaturas disidentes que surgieron en 2003, cuando cinco postulantes del campo peronista compitieron entre sí en la primera vuelta electoral.
Fragmentación peligrosa

Mayra Mendoza y Máximo Kirchner recorrieron obras en Villa Itatí y compartieron un locro con los vecinos
La consecuencia de esta situación es tan clara como preocupante: el peronismo podría llegar dividido a las próximas elecciones, sin una oferta competitiva unificada, y con un electorado confundido, desmovilizado o directamente volcado a otras fuerzas. La suspensión de las PASO, lejos de ordenar, ha suprimido el principal mecanismo de canalización institucional de las disputas internas. Sin esa instancia de competencia regulada, la interna se traslada al terreno de la confrontación abierta, sin arbitraje ni síntesis.
El resultado de este proceso puede ser devastador. Así como en 1985 el peronismo perdió por primera vez unas elecciones legislativas clave por su falta de renovación, o como en 2009 cayó derrotado en manos de una oposición unificada frente a un oficialismo dividido, el riesgo de una nueva derrota es real. Pero esta vez, no será por la fuerza de sus adversarios, sino por el ensimismamiento de su propia dirigencia.
Ecos de los ’80 y los ’90: cuando el peronismo se desdobla
La situación actual remite inevitablemente a momentos críticos del pasado. En los años ’80, tras la derrota electoral de 1983, el justicialismo se dividió entre el “renovadorismo” de Cafiero y el ortodoxismo que representaban los sectores más afines al sindicalismo tradicional. Décadas después, en los ’90, las internas entre el menemismo residual y el duhaldismo generaron tensiones similares, especialmente en territorio bonaerense, donde las disputas por el poder territorial llegaron a poner en jaque la estabilidad del partido.
Hoy, el escenario se repite bajo otros nombres. Kicillof, gobernador de Buenos Aires, organiza su propio acto el próximo 24 de mayo en La Plata, con fuerte respaldo de la CGT, la CTA y gran parte de los intendentes del conurbano. Cristina Kirchner, por su parte, comanda el armado desde la sede nacional del Partido Justicialista, acompañada por legisladores que se niegan a convalidar las reformas al cronograma electoral impulsadas por el mandatario provincial. Ambos sectores actúan como si pertenecieran a espacios diferentes, aunque declaman —cada uno a su manera— una vocación por la unidad que en los hechos no se traduce.
El peronismo, históricamente resiliente, siempre ha sabido reinventarse tras sus crisis más profundas. La incógnita es si esta vez, en un país atravesado por la desconfianza, la inflación y el descreimiento político generalizado, le queda aún margen para reconstituirse como fuerza de poder real.

¿Será esta una crisis más en la larga historia del movimiento o el principio de una ruptura irreversible?