Nota reañozada por : Guillermo Apdepnur
En la madrugada del 18 de enero de 2020, un brutal crimen sacudió a la ciudad de Villa Gesell y, con ello, al país entero. Fernando Báez Sosa, un joven de 18 años y estudiante de abogacía, fue asesinado a golpes por un grupo de diez rugbiers oriundos de Zárate.

El hecho ocurrió a la salida de un boliche, donde tras una discusión menor, los agresores atacaron de forma premeditada y coordinada al joven, dejándolo sin posibilidad de defenderse.
El caso no solo generó indignación y repudio, sino que abrió un profundo debate en la sociedad sobre la violencia en grupo, la cultura del rugby y la falta de contención en los espacios recreativos nocturnos.
Los rugbiers, todos de entre 18 y 20 años, fueron rápidamente identificados y detenidos gracias a los registros fílmicos y los testimonios de testigos presenciales.
A lo largo del proceso judicial, el caso se convirtió en un emblema de lucha por justicia, encabezado por los padres de Fernando, quienes transformaron su dolor en una causa pública.
Las marchas y homenajes realizados en su memoria marcaron un antes y un después en la visibilización de las víctimas de violencia.
En abril de 2023, el juicio contra los acusados culminó con una histórica sentencia. Cinco de los imputados fueron condenados a prisión perpetua por homicidio agravado, mientras que los otros cinco recibieron penas menores por su participación secundaria en el crimen.
La resolución judicial fue considerada un paso importante hacia la justicia, aunque la herida social sigue abierta.
Consecuencias post-crimen
El asesinato de Fernando Báez Sosa generó cambios concretos en distintos ámbitos. En el ámbito deportivo, se reforzaron las políticas de formación y valores en los clubes de rugby, buscando erradicar conductas violentas y fomentar la responsabilidad social en los jugadores.
Además, en la noche argentina se incrementaron las medidas de seguridad en boliches y eventos masivos, con mayor presencia policial y la instalación de cámaras de seguridad.
Por otro lado, el caso dejó una huella en la memoria colectiva del país. Cada aniversario del crimen se realizan actos en su honor, convirtiéndose en un símbolo de resistencia y pedido de justicia. La sociedad, unida por el lema “Todos somos Fernando”, sigue reflexionando sobre la necesidad de erradicar la violencia y construir una convivencia más pacífica.
Hoy, el recuerdo de Fernando vive en cada acción emprendida por sus padres y en los corazones de quienes exigen un mundo más justo.
Su historia es un recordatorio constante de que la violencia nunca debe tener cabida, y que la lucha por la verdad y la justicia siempre debe prevalecer.