
Por: Guillermo Apdepnur
La muerte del Papa Francisco, a los 88 años, no sólo marca el fin de una etapa profundamente transformadora en la historia reciente de la Iglesia Católica, sino que también activa uno de los procesos más enigmáticos y cargados de simbolismo del mundo contemporáneo: el cónclave papal. Entre la solemnidad de la Capilla Sixtina, el hermetismo absoluto de los cardenales y el humo blanco que anuncia un nuevo liderazgo espiritual, el mundo católico se prepara para recibir al sucesor del pontífice que supo ganarse el título de Papa del Pueblo.
El ritual que desafía al tiempo
Según la Constitución Apostólica Universi Dominici Gregis, el protocolo se activa de inmediato tras el fallecimiento del Papa. El camarlengo, actualmente el cardenal Kevin Joseph Farrell, asume el gobierno temporal de la Iglesia, sella el lugar del deceso, organiza el funeral y supervisa los preparativos del cónclave, que debe comenzar entre 15 y 20 días después. En esta ocasión, se espera que las deliberaciones se inicien entre el 6 y el 11 de mayo.
El cónclave se celebrará, como marca la tradición, en la Capilla Sixtina. Allí, bajo los frescos de Miguel Ángel que representan el Juicio Final, se reunirán los 138 cardenales electores —todos menores de 80 años—, muchos de ellos designados por el propio Francisco, lo que anticipa una posible continuidad de su legado.
Durante este tiempo, los cardenales viven aislados en la Casa Santa Marta. No pueden comunicarse con el mundo exterior, ni siquiera entre ellos fuera de las sesiones formales. Las votaciones se realizan hasta cuatro veces por día y el resultado se anuncia con un lenguaje universal: humo negro si no hay consenso; blanco, si hay nuevo Papa.
Francisco, el Papa que rompió moldes
La figura de Francisco es ya parte esencial del imaginario contemporáneo. Primer pontífice latinoamericano, primer jesuita en llegar al trono de Pedro, y primer Papa en elegir ese nombre en honor al poverello de Asís, Jorge Mario Bergoglio marcó una época con su cercanía a los pobres, su lenguaje simple y su empeño en una Iglesia “en salida”, abierta a los excluidos.
Su pontificado fue un llamado constante a la misericordia, al cuidado del planeta y al encuentro entre culturas. Reformista en temas económicos y sociales, progresista en su mirada pastoral, su partida deja una herencia compleja, desafiante, pero profundamente humana.
¿Un Papa africano? ¿Un Papa asiático?
En esta encrucijada, los nombres que suenan como sucesores reflejan los vientos de cambio que agitan a la Iglesia. Uno de los favoritos es el cardenal Peter Turkson, ghanés de 76 años, con una vasta trayectoria en temas de justicia social, ecología y desarrollo humano. Su perfil ha resucitado la antigua profecía de Nostradamus sobre un “papa negro”, una figura que, según ciertas lecturas, cerraría el ciclo de los tiempos. Más allá de lo esotérico, su elección simbolizaría la descentralización definitiva del poder eclesial, hoy más vital en el sur global que en la vieja Europa.
También se menciona a Luis Antonio Tagle, cardenal filipino con fuerte impronta pastoral y notable ascendencia en Asia, lo que ha dado pie a otra interpretación mística: la llegada del primer Papa asiático, profetizado por algunos como el inicio de una nueva era para la Iglesia universal.
Otros nombres, como el italiano Matteo Zuppi, con su rol clave en la diplomacia vaticana, o Pietro Parolin, actual Secretario de Estado, representan alternativas más conservadoras o institucionales.
Un momento sagrado… y político

Más allá de las intrigas y especulaciones, el cónclave es también un acto de discernimiento espiritual. En palabras de Benedicto XVI, “el Espíritu Santo no dicta nombres, pero inspira opciones”. Los cardenales, encerrados en oración y deliberación, no eligen simplemente a un jefe de Estado: designan a quien deberá guiar a más de mil millones de creyentes en tiempos de guerra, crisis ambiental, y profundas transformaciones culturales.
Francisco deja una vara alta, y un llamado abierto: una Iglesia más pobre, más humilde, más parecida al Evangelio. Quien venga, lo sabremos cuando la fumata blanca se eleve desde el techo de la Capilla Sixtina y escuchemos las palabras eternas: Habemus Papam.
Y tal vez, entonces, el mundo cambie un poco más.