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Por Guillermo Apdepnur, director de MULTIMEDIOS.ar

Hay algo profundamente argentino en esa fascinación por el fanático ideológico.
Con boina y fusil en la selva, o con saco estridente y motosierra como estandarte, no importa el color: seguimos eligiendo íconos, no ideas. Profetas, no proyectos.

Ernesto Guevara y Javier Milei nacieron en mundos opuestos. Uno murió por enfrentar el orden global. El otro llegó al poder defendiéndolo, con la condición de eliminar al Estado.

Pero comparten algo más que la vehemencia: creen en una verdad única, total, que —llevada al extremo— puede salvarnos a todos.

El Che imaginó un “hombre nuevo” a fuerza de justicia revolucionaria, aun si eso implicaba fusilar. Milei propone al “individuo puro”, incluso si eso significa hambre y exclusión.
Fusil o Excel. Jungla o mercado. Muerte inmediata o agonía sistematizada.

Ambos surgen en tiempos rotos. Guevara en un siglo marcado por guerras, imperios y miseria colonial. Milei, en una democracia ahogada por el desencanto y la inflación.
Y cuando los pueblos desesperan, los extremos encuentran terreno fértil.
El fanático ofrece algo que seduce: soluciones simples, en medio del caos.

Hoy no hay balas. Hay precios. No fusilan cuerpos en la selva, pero vacían heladeras desde una planilla de cálculo.
El resultado es parecido: dolor, fractura, silencio.

El país que alguna vez soñó con ser potencia ahora grita “libertad” como mantra. Pero ¿libertad para quién?
Sin igualdad, es privilegio.
Sin proyecto, la rebeldía se convierte en show.

No se sale con fanatismo, Se sale con ideas.