
Queridos lectores,

Postal histórica en 1973. Juan Domingo Perón, Isabel Perón y, delante, Héctor Cámpora, en la casa de Gaspar Campos.
Hoy, 24 de marzo, conmemoramos uno de los episodios más sombríos de nuestra historia: el Golpe de Estado de 1976, que sumió a Argentina en una oscura dictadura militar durante más de siete años.
Recordamos este día no solo para honrar a las víctimas, sino también para reflexionar sobre las lecciones aprendidas y la importancia de preservar nuestra democracia.

Isabel Perón junto con Italo Luder, el presidente provisional del Senado. en 1975.
El golpe del 24 de marzo de 1976 marcó el inicio de un período de represión y violencia sin precedentes en nuestro país.
Tras una serie de eventos que desencadenaron tensiones políticas y sociales, las Fuerzas Armadas derrocaron al gobierno democrático de Isabel Perón, inaugurando lo que se conocería como el «Proceso de Reorganización Nacional».

Durante estos años de dictadura, Argentina fue testigo de graves violaciones de los derechos humanos. Miles de personas fueron víctimas de desapariciones forzadas, torturas y ejecuciones sumarias. La represión alcanzó a activistas políticos, sindicalistas, estudiantes, y cualquier persona considerada una amenaza para el régimen.
La economía sufrió también las consecuencias de este período oscuro. La inflación descontrolada y la falta de estabilidad política generaron un clima de incertidumbre y desconfianza, afectando profundamente la calidad de vida de la población.
Sin embargo, a pesar de la opresión y el miedo impuestos por la dictadura, la lucha por la justicia y la democracia nunca cesó. Familiares de desaparecidos, organizaciones de derechos humanos y ciudadanos comprometidos continuaron exigiendo verdad y justicia, sembrando las semillas de la resistencia que eventualmente llevarían al retorno de la democracia en 1983.

Columnas de Montoneros en una manifestación. La organización guerrillera atentó contra la estabilidad política.
Hoy, en este aniversario, renovamos nuestro compromiso con los valores democráticos y con la defensa de los derechos humanos. Recordamos a las víctimas del pasado y nos comprometemos a construir un futuro en el que nunca más se repitan los horrores del pasado.
El Golpe de Estado del 24 de Marzo de 1976 nos recuerda la fragilidad de la democracia y la importancia de protegerla y fortalecerla cada día. Que esta fecha nos inspire a seguir luchando por un país más justo, igualitario y libre.

Jorge Videla tras haber derrocado a Isabel Perón en 1976 e inició la dictadura por la que desaparecieron miles de argentinos./AFP
El Golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 marcó el inicio de uno de los períodos más oscuros en la historia de Argentina, dando paso a un gobierno militar que gobernaría el país durante 2756 días hasta la restauración de la democracia en 1983. Este golpe, el sexto en 47 años, reflejó una alternancia constante entre gobiernos democráticos y militares desde 1930 hasta la asunción de Raúl Alfonsín en 1983.
El 24 de marzo de aquel año, la Junta Militar tomó el poder que estaba en manos del gobierno democrático de Isabel Perón, quien había asumido la presidencia tras la muerte de Juan Domingo Perón en 1974. Durante el período de facto que siguió, Argentina tuvo cuatro jefes de Estado: Jorge Rafael Videla, Roberto Eduardo Viola, Leopoldo Fortunato Galtieri y Reynaldo Antonio Benito Bignone.

La Junta Militar que asumió el control del gobierno el 24 de marzo de 1976: Emilio Massera, Jorge Videla y Orlando Agosti.
El gobierno de Alfonsín marcó el comienzo de una era de estabilidad democrática, aunque enfrentó desafíos como alzamientos militares que continuaron hasta la presidencia de Carlos Saúl Menem en los años noventa. Bignone fue el último presidente de facto, dejando el cargo el 10 de diciembre de 1983, cuando Alfonsín asumió tras las elecciones del 30 de octubre.
El contexto político previo al golpe estuvo marcado por la inestabilidad y la violencia. La muerte de Juan Domingo Perón agravó la situación política, dando paso a un vacío de poder que permitió el crecimiento de la influencia de figuras como José López Rega, ministro de Bienestar Social y líder de la organización terrorista parapolicial Triple A.

José López Rega fue secretario privado y ministro de Bienestar Social de Perón y de Isabel Perón. Además, manejaba la clandestina Triple A.
El Operativo Independencia en Tucumán y el Plan Cóndor, firmado por países del Cono Sur, reflejaron la creciente confrontación entre grupos guerrilleros y el Estado. Eventos como el intento de golpe de Estado por parte de la Fuerza Aérea en diciembre de 1975 precipitaron la caída de Isabel Perón.
El 24 de marzo, tras exigir la renuncia de la presidenta, la Junta Militar asumió el control del gobierno, dando inicio a una dictadura caracterizada por violaciones de derechos humanos y represión política. Este golpe dejó una profunda cicatriz en la historia argentina, recordándonos la fragilidad de la democracia y la importancia de protegerla.

Tanques y soldados estacionados frente a la Casa Rosada, el 24 de marzo de 1976. (AFP)
Ricardo Balbín, el líder de la Unión Cívica Radical (UCR), intentó el 16 de marzo sosegar el mal clima que iba in crescendo: “Desde aquí invoco al conjunto nacional, para que en horas exhibamos a la República un programa, una decisión, para que se deponga la soberbia cuando se trata de estas cosas. Lo digo desde arriba para abajo. No hay que andar con látigos, hay que andar con sentidos morales de la vida”.

Fuente de consulta:
El golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 le dio paso al gobierno militar que condujo el país durante 2756 días, los transcurridos hasta que se formalizó el regreso de la democracia en 1983, en una de las etapas más oscuras en la historia de la Argentina que fue precedida por tiempos marcados por la inestabilidad política y la violencia.
Ese golpe de Estado fue el sexto que sufrió la Argentina en 47 años, en un período de alternancia entre gobiernos democráticos y militares que comenzó en 1930, con el derrocamiento de Hipólito Yrigoyen, y culminó con la asunción de Raúl Alfonsín, en 1983.
Aquel 24 de marzo, la Junta Militar tomó por asalto el poder que estaba en manos del gobierno democrático encabezado por Isabel Perón, quien había heredado la presidencia con el fallecimiento de Juan Domingo Perón el 1º de julio de 1974.
María Estela Martínez de Perón, «Isabelita», en un acto como Presidenta el 1º de octubre de 1975. A la derecha, Carlos Menem.
El período de facto transcurrido entre 1976 y 1983 tuvo cuatro jefes de Estado, en el plan que llamaron Proceso de Reorganización Nacional: fueron Jorge Rafael Videla (1976-1981), Roberto Eduardo Viola (1981-1982), Leopoldo Fortunato Galtieri (1982) y Reynaldo Antonio Benito Bignone (1982-1983).
El gobierno del radical Alfonsín trajo consigo el comienzo de una era de estabilidad democrática en el país, aunque todavía debió soportar una serie de alzamientos militares que se extendieron hasta la presidencia de Carlos Saúl Menem, a principios de la década del ’90.
Así, el último presidente de facto que tuvo la Argentina fue Bignone, quien gobernó desde el 1º de julio de 1982 hasta el 10 de diciembre de 1983, cuando Alfonsín asumió el mandato que había recibido en las elecciones realizadas el 30 de octubre.
Cronología del golpe de Estado de 1976
La muerte de Juan Domingo Perón agravó un escenario político que ya se mostraba inestable con el líder del Partido Justicialista en sus últimos tiempos en la Presidencia, a la que había llegado después de ganar las elecciones de septiembre de 1973, aunque ya con el peso de sus 77 años.
Eran tiempos en los que ya habían aparecido células guerrilleras agrupadas en dos líneas principales: Montoneros (peronistas) y Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP, marxistas).
Tras el fallecimiento de Perón, el gobierno recayó en su viuda, María Estela Martínez de Perón, aunque en realidad se produjo un vacío de poder que permitió el crecimiento de la influencia del ministro de Bienestar Social, José López Rega, hombre de confianza de la presidenta y miembro de la logia anticomunista internacional Propaganda Due.
López Rega lideraba una organización terrorista parapolicial que se autodenominó Triple A, que saldría a la caza de dirigentes considerados «de izquierda» luego de la muerte de Perón. Incluso, muchos de sus efectivos se incorporaron a los grupos de tareas a partir del golpe de Estado del ’76.
José López Rega fue secretario privado y ministro de Bienestar Social de Perón y de Isabel Perón. Además, manejaba la clandestina Triple A.
El 5 de febrero de 1975 comenzó el Operativo Independencia, una intervención militar para combatir bastiones de la guerrilla en la selva de Tucumán, que mantenía una presencia en la zona desde principios de 1974.
El 28 de noviembre de 1975 se alumbró el llamado Plan Cóndor, un acuerdo empujado por Estados Unidos y firmado por todos los países del Cono Sur (Argentina, Chile, Brasil, Paraguay y Uruguay), en Santiago de Chile.
Este acuerdo tenía el propósito de agudizar “los contactos bilaterales o multilaterales a voluntad de los respectivos países aquí participantes para el intercambio de información subversiva, abriendo propios o nuevos carteles de antecedentes de los respectivos servicios”.
El 5 de octubre de 1975, en pleno gobierno de Isabel Perón, un ataque de Montoneros a un regimiento ubicado en los suburbios de la ciudad de Formosa.
La endeble estabilidad democrática argentina tambaleó a fines de 1975: el 18 de diciembre, el sector ultranacionalista de la Fuerza Aérea se sublevó y llevó a cabo un fallido intento de golpe de Estado. Varios aviones despegaron de la base aérea de Morón y ametrallaron la Casa Rosada. La rebelión fue repelida cuatro días después.
Aunque los militares insurrectos no lograron el objetivo, sí consiguieron el desplazamiento del comandante de la Fuerza Aérea, Héctor Fautario, último oficial leal a Isabel Perón y receptor de duras críticas desde el Ejército y la Marina por su vehemente oposición a sus planes represivos, y por no movilizar sus hombres en la lucha contra la guerrilla.
Desde Tucumán, donde encabezaba al Ejército en los combates contra los guerrilleros, Jorge Videla (había asumido al frente de la fuerza en agosto del 75) impuso en la Navidad un ultimátum de 90 días al gobierno de Isabel para que “ordenara” el país. El destino de la viuda de Perón estaba sellado desde un par de meses antes.
Tras un período de descanso en la ciudad cordobesa de Ascochinga, Isabel Perón había retomado la Presidencia antes del 17 de octubre de 1975, cuando se realizó el acto del Día de la Lealtad justicialista y en la Plaza de Mayo ya se respiraba una atmósfera destituyente: «Si la tocan a Isabel habrá guerra sin cuartel», cantaron los manifestantes encolumnados en movimientos sindicales.
En esos días, el gobierno de los Estados Unidos ya había recibido un lapidario informe de su embajador en la Argentina, Robert Hill, quien dio cuenta de la debilidad de Isabelita e incluso anticipó la inminencia de un golpe de Estado.
El poder del gobierno se licuó por el clima violento en el país, fomentado también desde el seno del gabinete por López Rega, por las acciones militares pero también por el apoyo de civiles que se alinearon detrás del movimiento destituyente. Algunos dijeron, años más tarde, no haber tenido la sospecha de un accionar tan radical de la Junta Militar al asumir.
No tuvieron en cuenta los niveles de odio y enfrentamiento cuerpo a cuerpo que tenían militares y guerrilleros. En ese marco, el vicario castrense, monseñor Servando Tortolo se reunió con Isabel Perón el 29 de diciembre de 1975 para, trascendió, llevarle el mensaje de los tres comandantes en jefe de las Fuerzas Armadas para que presentara la renuncia.
Ya en 1976, la economía agravó la situación, con una inflación de dos dígitos en los dos primeros meses (18 y 20 por ciento) que hizo insuficiente el aumento salarial del 18 por ciento que había dado el gobierno en enero. El precio del dólar casi se triplicó.
En lo político, el Congreso no respondía a los pedidos para tratar proyectos de ley enviados desde el Ejecutivo. La licuación del poder era cada vez más evidente.
Isabel Perón, en el tramo final de su gobierno. A su derecha, Emilio Massera, uno de los militares que la iba a derrocar.
Se ubicó en Washington DC un último intento de lograr el apoyo de Estados Unidos, con la reunión que el 11 de febrero tuvo el canciller Raúl Quijano con el secretario de Estado norteamericano, Henry Kissinger, a quien incluso invitaron a que visitara la Argentina, convite del que declinó.
Una de las últimas apariciones públicas de Isabelita fue el 10 de marzo, en un acto en la sede de la Confederación General del Trabajo (CGT). No se llevó respaldo de una cúpula gremial que le había soltado la mano, ni pudo contagiar el entusiasmo que le puso a su discurso: «Veo demasiadas caras tristes. Yo sé que cuando hay que ajustarse el cinturón las caras se ponen tristes. Pero también les digo que no hay que perder el optimismo, porque si no estuviera segura de que vamos a salir adelante no estaría sentada aquí delante de ustedes”, dijo.
El 22 de marzo regresó al país el empresario Jorge Antonio, un viejo amigo de Juan Domingo Perón quien había estado 18 años exiliado. Sus declaraciones públicas fueron lapidarias: «Si las Fuerzas Armadas vienen a poner orden, respeto y estabilidad, bienvenidas sean». Ese mismo día Casildo Herreras, secretario general de la CGT, se fue a Uruguay para ya no regresar.
El martes 23 fue un largo día que terminó en los primeros minutos del miércoles 24 de marzo con el derrocamiento de Isabel Perón. En la mañana previa, el ministro de Defensa José Alberto Deheza se reunió con los jefes militares, quienes le exigieron la renuncia de la Presidenta de la Nación.
Isabel partió en helicóptero desde la Casa Rosada hacia la residencia de Olivos poco antes de la 1 del miércoles 24. Imprevistamente, la nave aterrizó en Aeroparque. Allí, Isabelita fue informada de que había sido destituida.
A la 1.50, la ya ex presidenta fue enviada en un avión de la Fuerza Aérea a Neuquén, como detenida. A las 10.40, la Junta Militar asumió el control del gobierno para dar inicio de una etapa de siete años, seis meses y 13 días de una dictadura sangrienta en el marco de una década de plomo, dominada por el choque de la violencia guerrillera y el terrorismo de Estado.