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Por Guillermo Apdepnur

Las recientes declaraciones del jefe de Gabinete de Axel Kicillof, Carlos Bianco, dejaron al desnudo una concepción autoritaria del ejercicio del poder en la provincia de Buenos Aires y reavivaron con fuerza el conflicto interno dentro del peronismo bonaerense.

En una entrevista radial, Bianco manifestó estar “harto de la interna” y lanzó una serie de exigencias políticas que generaron un inmediato rechazo en amplios sectores del Partido Justicialista. La más polémica: que los legisladores oficialistas deben “apoyar a mano alzada y sin chistar todos los proyectos que vayan del Ejecutivo”.(VIDEO 1:18)

La frase, más allá de su tono coloquial, no es un exabrupto menor. En boca del principal operador político del gobernador, representa una confesión explícita del modelo de conducción que busca imponer el núcleo duro del kicillofismo: obediencia sin discusión, listas controladas por el Ejecutivo y disciplina legislativa absoluta.

El punto de quiebre

Distintos referentes del peronismo tradicional, del sindicalismo, del movimiento territorial y de agrupaciones con historia propia dentro del PJ no tardaron en reaccionar, de manera informal pero categórica. Muchos ven en esta postura una ruptura con las bases históricas del justicialismo y, aún más, una amenaza directa a la vida interna del partido.

“Esto no es unidad, es sumisión”, deslizó con ironía un dirigente del conurbano con peso territorial, en conversación privada. Otros actores relevantes calificaron las declaraciones de Bianco como “la gota que colma el vaso” en una relación cada vez más tensa entre el gobernador y los sectores que no comulgan con su forma de gobernar.

¿Unidad o obediencia?

La propuesta de Bianco es, en realidad, una lista de condiciones para que se acepte una unidad bajo sus reglas. A saber: mayor representación del gobernador en las listas, apoyo público y explícito a todas sus políticas y alineamiento sin reparos del bloque legislativo. En otras palabras, una unidad sin autonomía, sin discusión y sin matices.

Lejos de buscar consensos, el planteo exhibe un intento de disciplinamiento político que muchos entienden como la imposición de una línea interna por encima del partido. Se trata, según denuncian desde distintos sectores, de una maniobra para consolidar un “kicillofismo puro” sin espacios para la disidencia, ni siquiera dentro del propio peronismo.

El PJ, al borde de una fractura

El rechazo a estas definiciones no es menor. Y podría ser —según varios analistas y operadores políticos— la génesis de una fractura profunda dentro del Partido Justicialista bonaerense. Las tensiones que hasta ahora se mantenían contenidas comienzan a aflorar con más claridad. El riesgo ya no es solo una interna más: es la posibilidad real de que el PJ se divida entre quienes acepten el verticalismo que propone Kicillof y quienes reclaman un peronismo más federal, participativo y deliberativo.

Este conflicto no ocurre en el vacío: se da en un momento de fragilidad institucional, de crisis social y de retroceso electoral del peronismo en muchos distritos. En ese marco, la falta de una conducción integradora y el rechazo a la pluralidad pueden agravar aún más el escenario.

La democracia como obstáculo

La afirmación de que los legisladores deben votar “sin chistar” todo lo que mande el Ejecutivo no solo deslegitima al poder legislativo, sino que coloca a la democracia interna como un estorbo. Lo que Bianco define como “básico y simple” —el alineamiento sin discusión— es, para otros, la negación misma de la política como herramienta de debate y construcción colectiva.

En definitiva, lo que parece estar en juego no es solo una interna más del peronismo, sino dos visiones antagónicas del poder: una basada en la centralidad absoluta del líder y otra en la tradición de pluralidad, debate y organización colectiva que el justicialismo supo encarnar en sus mejores momentos.