
Cada 22 de abril, el mundo celebra el Día Internacional de la Madre Tierra, una efeméride oficial proclamada por las Naciones Unidas en 2009, pero cuyo espíritu se remonta a décadas atrás. Esta conmemoración no solo es un acto simbólico, sino una necesidad urgente: reflexionar sobre el daño que la humanidad le ha infligido al planeta que nos da la vida.
El Día de la Tierra se originó en 1970 con el objetivo de concienciar a la sociedad sobre los graves problemas ambientales derivados del crecimiento descontrolado de la población, la contaminación, la pérdida de biodiversidad y el agotamiento de los recursos naturales. Sin embargo, sus antecedentes se remontan a 1968, cuando el Servicio de Salud Pública de los Estados Unidos organizó el primer Simposio de Ecología Humana, un encuentro donde científicos alertaron sobre las consecuencias del deterioro ambiental en la salud de las personas.
Hoy, más de medio siglo después, esas advertencias no solo siguen vigentes, sino que se han intensificado. Incendios forestales descontrolados, sequías extremas, derretimiento de glaciares, especies al borde de la extinción y contaminación sin precedentes son solo algunas de las señales de alarma que nos lanza la Tierra. Frente a este panorama, no podemos mirar hacia otro lado.
La conmemoración del Día Internacional de la Madre Tierra no debe ser solo una jornada de recordatorio, sino un punto de inflexión para replantear nuestra relación con el entorno natural. Necesitamos una transformación profunda y colectiva, que abarque desde las políticas públicas hasta los hábitos cotidianos. Cambiar el rumbo todavía es posible, pero el tiempo se agota.
Honrar a la Tierra es defender la vida. Y hoy más que nunca, la Tierra nos está pidiendo que escuchemos.
El estado actual del planeta y las respuestas globales

El planeta Tierra atraviesa una crisis ambiental profunda: la contaminación del aire ha alcanzado niveles peligrosos en muchas grandes ciudades, los océanos y ríos están saturados de plásticos y desechos industriales, y la pérdida de biodiversidad avanza a un ritmo alarmante. Aunque la capa de ozono muestra signos de recuperación gracias a los acuerdos internacionales como el Protocolo de Montreal, la crisis climática sigue intensificándose por la quema de combustibles fósiles y la deforestación. Frente a este panorama, la comunidad internacional impulsa políticas de transición energética, restauración de ecosistemas y reducción de emisiones contaminantes. También crecen los movimientos juveniles y sociales que exigen justicia ambiental y un cambio de modelo económico más respetuoso con la naturaleza. Sin embargo, los avances aún son insuficientes frente a la velocidad del deterioro.